Basilica San Biagio y Montepulciano. Foto :José M.Sieres
Atardece, el
sol comienza a mostrar sus debilidades y ceder terreno a la noche.
Es curioso, es el momento que mejor luce sus
colores, parece despedirse con sus mejores atuendos.
Tras un
maravilloso scalextric “toscano”, nos
dirigimos hacia nuestro punto de partida, el lugar de origen donde todo el
sueño comenzó unos días antes a transformarse en realidad.
Nuestro
viaje va acabándose, pero nos faltaba esto, precisamente esto…Despedirnos
dejando grabado en todos nuestros sentidos la última tarde.
Todos los días
fueron excepcionales, cada uno repetible
en cada día del año, y tras la incertidumbre de llegar en el momento
preciso de cada curva que nos había llevado a Montalcino, allí está…
Bella e
indescriptible su sensación…Los tonos caídos del sol se reflejan sobre la
Basílica de San Biagio repartiendo el mármol travertino elegantes notas de color,
casi tangibles por los viñedos que rodean y custodian Montepulciano, nuestra
posada.
Relajarse
nuestros ojos, nuestros oídos, no perderse en otra cosa que no fuera aquel
paisaje ¿posible?-Si.
Sentimos que
valió la pena todo, que todo se había conseguido y nos sentimos bien, felices.
Luego,
arrancamos de nuevo nuestro coche, aparcado en un pequeño hueco junto al arcén y nos dirigimos hasta aquél lugar. Aún
nos daría tiempo a palparlo, olerlo, verlo, saborearlo…
Desde allí,
alguna estudiante para no molestar al silencio, con sus cascos en el oído, repasa
alguna lección sobre la hierba que rodea a la Basílica y más atrás , a los pies
de Montepulciano, niños juegan y celebran fiestas con sus padres , todo es tal como
parece, todo es lo contando…Simplemente mágico
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